Décrivez la journée parfaite du début à la fin.

Todo comienza en el instante exacto en el que el Seigneur Gomi décidé que su hambre tiene prioridad sobre mi descanso.

Y eso es todo.

Café descafeinado en un ojo, tampoco es cuestión de enervarse. Ponerse las botas a la carrera. Quitárselas de nuevo, para quitarme el pijama, y vestirme de montañero de pega.

Tras el segundo eructo del Seigneur Gomi, que tiene página en Instagram, por qué él se lo merece, abrimos puerta, coger palo, salir a la carrera, y si es menester, soltar al viento algún «bodia», y justificar las prisas saludando con un adiós de mano.

Enorme paseo. Para volver reventados ambas cuatro patas y dos piernas. Esto se puede discutir. Sobretodo por qué el corrector lo ve incorrecto. Y me incomoda.

Volver al pueblo, sin haber visto ni lobos, osos u otros animales interesantes. Vacas y borregos, de dos o cuatro patas, te hinchas a ver. Pasamos por la panadería, y ambos dos lamemos la vitrina de los pasteles. De limón, de manzana, profiteroles de vainilla o avellanas, intxaursalsa, fruta de la pasión… Y regalamos una enorme sonrisa bobalicona de agradecimiento a quién nos atienda.

La vuelta es peligrosa, para la gente, por los saltos del Seigneur Gomi, que no llega a los condumios. Que crezca.

Y preparase un desayuno potente, porque la tensión se está poniendo estupenda.

Un poquico de salado. Un pasteluco. Zumo de pomelo o mandarinas. Y mirar por la ventana la postura exacta del sol, de la niebla, de la lluvia, o, si hay suerte, el silencio aterciopelado de la nieve.

Hacer acopio de fuerzas para subir a la cama. Arrebujarse bajo el edredón o no, depende de la época. Ponerte las gafas mientras regañas con la mirada al Seigneur Gomi, y recoges el móvil para una llamada…

Te despiertas de una inmejorable siesta del borrego, del carnero o del pastor. Cada cual escoja… Sabéis lo de Quevedo la rosa y la coja?

Perdón. Me disperso.

Ducha larga. Intentar que el Seigneur Gomi se meta también. No cuela.

Ya te engancharé.

Dos horas hablando contigo. De todo lo que visitaremos cuando vengas. Y lo que tienes que probar…

Sé que me apetece hacer algo de provecho. Me duele la espalda. Las articulaciones se quejan. El cerebro se ha atrincherado en el cerebelo. La Niebla no me deja ni ver las gafas. El Seigneur Gomi se vuelve a despertar por enésima vez, tras la comida. Pero en esta está haciendo ejercicios de estiramiento, que no sé de qué página web las saca. Pero lo de la cinta roja en la cabeza, casi tapándose los ojos. Pfffffffffff.

Salimos a la aventura, o mejor a la ventura,  camino del río. Escuchamos algun ser vivo balar o ladrar, o lo qué hacen las vacas… No son cuestiones. Nos centramos????

Todo se hace lánguido. Saltar una amapola. Asaltar las margaritas de invierno. Resaltar los graznidos de nuestro amigo cuervo . Insultar bajito a ese vecino tan panoli. Desatar una mirada terrible hacia alguien que nos acaba de sonreír. Quién era? Quién lo quiere saber?

Cotilla.

De nuevo en casa. Pones una lavadora. Te repones a ver el final de una película. Y te pones a sincronizar la bajada y subida de la cabeza con un ajá desacompasado, mientras escuchas al teléfono. E

El que si sabe acompasar los ritmos es el Seigneur Gomi que anda por la siesta 55 del día. Creo que se está estresando mucho con ese tema. Debería relajarse con creces.

Lleva un rato anocheciendo. Y dejo que la obscuridad se adueñe del apartamento. Pongo otra vez el final de la película; porque no me he enterado de cómo siendo una comedia había tanta sangre. Casi tengo que limpiar el suelo de tanto morcilla sin hacer. Que guarros.

Resulta que no era una comedia

La verdad que ni tenía p… Gracia . Ni interés.

Le pongo la cena al Seigneur Gomi. Que me sigue con la mirada, mientras sueña con ovejas androides. Una cerveza y pensar con que la acompaño. Cambio la cerveza por una copa de vino. Ganaron los quesos que compré la semana pasada en el mercado del pueblo.

Todo se vuelve lentitud.  Sacamos a pasear a la obscuridad, fundiéndonos entre los intersticios de las farolas. Camino del parque, el Gomi (me tiene hasta las narices de tanto Seigneur…) saluda un par de cinco gatos. Dos de ellos negriatigrados. Un color, a veces, que te puede llevar a la confusión.Ladran un par de perros forasteros y mueve el rabo el Lobero irlandés. El que vive enfrente del cementerio.

La vuelta la hacemos con la nonchalance, casi desgana, y vamos adelantando segundos, sin que se percaten, sin hacer ruido. Hasta que el perrillo, él de la calle del molino, inicia una salpicadura de ladridos, despertando a somnolientos vecinos y peatones, camino de resguardarse de las tinieblas.

Aceleramos. Porque precisamente hemos quedado con ellas. Con las Tinieblas. Para achicar los ojos y el cerebro, y poder atrincherarnos en una enorme barricada de sueños mentirosos, agradables y alguno traicionero…


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Ongi Etorri

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