Ingredientes para 2 personas:

2 berenjenas pequeñas

1 tomate rojo

Media cebolla

1 diente de ajo

Medio vaso de leche

1 huevo

50 gr de queso de oveja curado

1 cucharada de harina

2 cucharada de aceite de oliva

1 clavo

3 granos de pimienta negra

1 pizca de tomillo y romero

Sal y pimienta

  Ah! El olor medio picante de las berenjenas se asoma a mis ojos. Las veo, tomando el tiempo, en la frutería. Y lo que más me cuesta es decidir el color de estas. Piel de sapo, blancas o negras. Las que me traigan de Chinchón. Creo que desde que he abierto un ojo, a media mañana, llevo olfateando el vino que debíamos estar tomándonos, entre sonrisas que resuman picardías no pronunciadas.

   Lavamos en agua fría las berenjenas. Rápidamente que no nos hiele el cerebelo. Y las cortamos a lo largo. Con unos divertidos cortecillos. Las salamos y reservamos unos minutos en una ensaladera. Para que pierdan agua de vegetación.

 Nos ponemos a pensar en algo triste. No sé. En la rabia que me entró, estimada señora, cuando vi asomar una lágrima en sus ojos; y no supe sorberla a tiempo. O la de besos, que a veces, se me escapan de estampárselos. Y de paso pelamos la cebolla. La picamos lo más fino que sepamos. No! Todavía más. Sacando, con prudencia, la lengua, como si fuésemos a sorber esa lágrima. Pelamos y picamos aún más fino el ajo.

   Y ya puestos, la berenjena también. En cuadraditos como mi uña del dedo meñique. Ese que estiro, cuando tomamos café, por que he visto que es muy conveniente que usted vea, que aunque mi humor es zafio, tirando a malo y vulgar, mis padres se esforzaron en darme algo de cultura y savoir vivre.

   En sartén negra, como negro se me está poniendo el humor, con un poco de aceite sofreímos el ajo. Nada. Segundos. Los justos para que cambie de color. Y a fuego medio…Que va. Lento agregamos la cebolla. Y eso nos da tiempo de ir pensando cualquier cosa. Volveré a intentar placarla mientras subimos los desniveles del parque de la Villa. Por si al revolverse, entre su sonrisa de sorpresa se le vuelve a escapar un beso dulce como la miel de encina.

Unos minutos para que ablande bastante. Y se quede transparente. Hablaba de la cebolla, no del beso, que el que siente reblandecer los sesos soy yo. Solo yo, me parece a mí. Y añadimos las berenjenas. Y un poco de sal. Y el laurel con las aromáticas. Que vaya haciéndose, removiendo cada poco hasta quedar meloso.

   Casi al final ponemos el tomate troceado. Que digo troceado, finísimo. Y mientras nos dejamos llevar por los olores que van llenando la cocina, podemos pensar en esa vez, que tras tanto tiempo, nos encontramos por la calle, y tomamos el rumbo hacia la derrota mía, y una buena caipiriña para usted. Que de recuerdos me trae la hierbabuena. Así que podemos poner un poco a esta receta. Pero ya. Le contaría la de naderías y estupideces con las que rellene los silencios que invadían mis neuronas. Como duna de confetis arrastradas por los mares de Alborán, rumbo sin rumbo fijo. Como el paseo de los cetáceos. Pero usted estaba allí, y no aflojo la sonrisa que se le dibujaba en los ojos.

   Y en la misma sartén, o a parte si queremos, agregamos la harina, removiéndola como poseso. Y vertemos en ella la leche que habremos cocido ya con el clavo y los granos de pimienta negra. Dejando antes una ligera infusión de 6 minutos. Repetimos vertemos la leche colada sobre la sartén, y seguimos removiendo como locos. Y apagamos. Que temple.

   Cascamos los huevos. Y separamos yemas de claras. Las yemas a la sartén. Las claras a un bol. Y las montamos, con una pizca de sal. Y cuando están casi a punto de nieve, mezclamos rápidamente todo. Y vertemos esta preparación en dos berbiquís, o platillos que vayan al horno. Espolvoreamos el queso previamente rallado o cortado en lascas. Y al horno, precalentado a 200º. El tiempo que dore y soufflé…

   Y nada más que abrir un buen blanco seco. Muy seco…


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Ongi Etorri

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